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Nombre: marcolico
Ubicación: Conchalí, Santiago, Metropolitana, Chile

2 de mayo de 2008

Vacaciones


El año pasado trabajé como negro y obtuve buenos resultados, por eso en marzo me permití una semana de vacaciones. Poco tiempo, lo sé, pero lo disfruté al cien por ciento.

El verano pasado fuimos a Rapel con mi grupo de amigos. Allí fue donde empecé a juntarme y conocer a Camila (creo que se los conté). Fue un buen paseo. Por lo que desde ese entonces que planeábamos hacer algo similar este año. Alguien ofreció una casa en la playa, otro dijo “vamos para este otro lado” y así fueron saliendo varias opciones. Ninguna resultó, así que la alternativa más realista era ir a acampar al Cajón del Maipo. Todos estaban de acuerdo menos yo. Quiero que entiendan lo siguiente: si me saqué la cresta TODO el año trabajando, fines de semana incluidos, lo único que quería era ir a un lugar cómodo, nada de lujos ni excentricidades, sólo un lugar cómodo donde dormir la mona y un baño limpio, ¿es, acaso, mucho pedir? Lo dudo. Me preparé para que los nueve días de descanso fueran perfectos: compré cervezas de diferentes países, sabores y estilos; me abastecí con comida de soltero para no tener que cocinar a menos que quisiera, sólo alimentos a los que echar agua hirviendo o meter tres minutos al microondas, cosas así. Y lo más importante: cantidades industriales de Gatorade y antiácidos efervescentes para poder resistir. Separé una gorda suma de dinero para gastarla en mis vacaciones. Por lo que la idea de estar durmiendo en el suelo con insectos a mí alrededor no era precisamente lo que tenía en mente como mis “soñadas vacaciones”. Hasta último momento no pensaba ir, tenía la decisión tomada, hasta que alguien dijo: “Estás a noventa minutos de tu casa, si no te gusta, te devuelves”. No quería desperdiciar ninguno de mis pocos días haciendo algo que no me complaciera así que la idea de “si no le gusta, le devolvemos su dinero” me motivó a ir. Eso, y estar con mis amigos. No me arrepiento de haber tomado aquella decisión. Creo que fui el que mejor lo pasó. Mis amigos coinciden en eso.



Al no tener electricidad para la música, los maestros chasquillas de mis amigos compraron una batería y acondicionaron unos parlantes de computador para tener buena música para cuando quisiéramos. Eso y pendrives hinchados de canciones. Punto aparte comentar que esa batería pesaba como el demonio.


Al llegar acampamos e hicimos los preparativos para comer y beber. En eso se puede resumir nuestro paseo: mantener el fuego para las sopas, fideos, café, mate y hierbas varias; ir helar las cervezas y melones al río, ¿se puede llamar vacaciones a un paseo sin su melón con vino? No lo creo. Fue entretenido. Por las noches, todos abrigados frente una mesa con traguitos conversando, haciendo juegos pelotudos y penitencias aún más pelotudas. No vi arañas (por suerte) ni ratones ni nada de eso, sólo una cantidad bíblica de abejas y avispas y yo, santiaguino de tomo y lomo, me sentía muy incómodo frente a eso, al menos las primeras horas; luego de un rato te acostumbras a comer agachado, en una mano el tenedor y en el otro un paño para espantar las avispas. Cantamos a todo pulmón frente al río Maipo mientras oscurecía, conversamos de todo sin hacer asco a ningún tema, por estúpido o profundo que este fuera. Aprendimos a conocernos mejor. Tuvimos una piscina gigante para nosotros seis solitos. Un verdadero lujo.



Dentro de las muchas cosas destacables sobresalen un perro con mirada vacua que era la versión canina del hermano de una amiga; llegaba a dar escalofríos lo idénticos que eran. Y los coquelis… sólo espero poder olvidar algún día eso. Eso y el exhibicionismo de Plus. Y la linterna fálica.


El tiempo, como ustedes supondrán que pasa en estos casos, pasó volando. Los tres días y sus dos noches fueron suficientes para todos. Además, creo que ese viaje nos cambió en algo. Aprendimos a valorar nuestras cosas más básicas que, por lo mismo, por ser básicas, no nos percatamos: el poder tener agua hirviendo en tres minutos, el baño a un par de pasos, una cama cómoda y limpia. Cosas que damos por obvias las aprendimos a valorar al regresar al hogar.

Cuando llegué a mi casa, fue como volver luego de un retiro espiritual, y en parte así fue. Mi madre me esperaba con un suculento plato casero sin nada de fideos (tuvo que pasar un buen tiempo para volver a comerlos), su rica cerveza que tenía helando desde antes que partiera… todo esto, eso sí, después de una larga ducha caliente. Y a acostarse.

Al día siguiente, hambriento de carne, fui al supermercado a elegir que quería almorzar. De desayuno comí huevos revueltos con tocino. Al almuerzo sus bistec gordos con tocino y champiñones acompañados con papas fritas. A la noche sus tiras de jamón serrano. Todo acompañado con cervezas artesanales. Sólo así se me quitaron mis cavernícolas ganas asesinas de comer carne a destajo.


Al segundo día de vuelta en Conchalí, fui al Ocean Pacific a comerme una rica paila marina especial: súper buena y una rica Grolsh. Por la tarde, ese viernes, cayó una lluvia apocalíptica y yo, en un bus camino al Quisco para juntarme con Daniela. Antes, eso sí, pasé a comprarme el sexto y penúltimo libro de la saga de Stephen King “La Torre Oscura” para ir leyéndolo mientras tanto. Sólo pude leer los primeros capítulos, luego apagaron las luces. Afuera del bus, todo era oscuridad.

Al llegar, como no conocía el lugar, caminé muchísimo sin encontrar a Daniela. Cuento corto: estaba bien donde me había bajado, pero como no quise consultar con nadie, me recorrí toda la bahía del Quisco. Luego, al devolverme, ella esta esperándome. Fuimos a los video juegos como mandan las leyes al estar en la playa, compramos bebestibles y partimos a la casa a pasarla bien. Al día siguiente, pude cumplir uno de mis caprichos que durante todo el año deseé hacer: echarme frente al mar con un libro para leer. Y por gracia divina los dos días estuvieron precisos.


De vuelta en Santiago, de nuevo, pasé un domingo familiar en casita. Como podrán haberse percatado, lo que menos hice en mis vacaciones fue descansar. Pero valió la pena. Hice lo que no puedo hacer el resto del año. En mis días libres puedo ser un holgazán y estar acostado todo el día leyendo, viendo películas o jugando play. Siento que fueron unas buenas vacaciones. Y lo mejor de todo es que tengo dos semanas de vacaciones guardadas para poder usar cuando guste.


Ahora estoy enfocado en mi trabajo y en escribir y crear. Estoy un poco oxidado, pero pronto las palabras empezarán a salir solitas. Necesito mantenerme ocupado porque hay situaciones desagradables de las cuales debo alejarme. Luego les contaré.

Eso sería. Si lograron llegar hasta acá, se les agradece. Ahora opinen.

Saludos y hasta el próximo reporte. Este es Marcólico despidiéndose.

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1 Comments:

Blogger princesita de papel said...

me encanto el relato de tus vacaciones... pude reflejar en esas lineas las mias propias //

cuando hace poco separada tuve que tomar la decision de que si queria hacer algo tendria que ser solita... su semana sola en viña en una residencial hacinedo la wea que quise inlcuido eso todo el dia en la playa leyendo hasta la cuarta el diario pop y despues en la noochecita a tomarse su cervecita a la esquina conociendo gente y conversando weas... que wenas vacaciones pa mi tb fueron una especie de retiro...

esperando que se encuentre bien se despide la sita de corona de cumpleaños ....

6:48 p. m.  

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